No sabes hacer una presentación decente con powerpoint. No sabes usar Excel o Word más allá de lo básico, como mi abuela. No sabes hacer un presupuesto, ni dirigir una junta de forma eficiente. No sabes hablar en público sin temblar. Ni siquiera sabes redactar un correo o una carta sencilla; ni se diga un proyecto más completo.
Pero eso sí, quieres puesto con oficina privada, tarjetitas de presentación modernas, un sueldo de directivo y los clientes que tú elijas. Quieres flexibilidad de horarios y vacaciones extendidas. Quieres puesto de estacionamiento.
Eres el millennial que vino a pedirme trabajo ayer; o antier, o la semana pasada. Eres el generación Z que vino a pedirme coaching o una recomendación para trabajar en la televisión o el radio. Sí, tú, el creativo, el genial, en cuyo perfil de linkedin aparecen títulos de CEO, founder y traveller, networker. Eres el alumno o graduado de una universidad carísima, el que le ha hecho fraude a sus papás haciéndoles creer que estudiaba y aprendía.
Perdona que te diga esto; pero te lo digo porque te aprecio y, sobre todo, porque yo he estado allí antes que tú. Escucha: eres un bueno para nada. No eres especial. Y no, no te voy a contratar.
Alguien tiene que decírtelo y bueno, igual que sea yo u otro. Apréndelo hoy de una vez; cuanto antes mejor.
Me importa un bledo si eres millenial o generación X, Y o Z. Las reglas del universo no cambian de fondo, aunque cambien algunas formas. Y la regla primordial de los negocios es esta: ¿quieres cobrar? Tienes que generar primero. Nadie te paga sueldo de director por hacer un trabajo que podría hacer un asno bien entrenado. Crees que la industria se debe de adaptar a ti, pero estás soñando.
Tu currículum da vergüenza. Tu dizque portafolio de diseño parece sacado de metroflog. Tienes más faltas de ortografía que palabras atinadas y usas letra comic sans. ¿Te llamas comunicador, diseñador, abogado? Eres una broma. Bájale a tus ínfulas; seguramente el chocomilk te sale mal. Pero en los antros pasas bien rápido. No, pues qué envidia. Tus fotos de la playa son geniales, ¡y tan originales!
Pero mira, no pasa nada. No te voy a contratar, pero te voy a dejar tres consejos. Se puede salvar el problema si te lo propones. Lo primero es entender que ninguna licenciatura (o maestría o doctorado) sustituyen la experiencia. La experiencia sí se paga; el papelito no. Hay que pegarle durísimo y empezar de donde haya que empezar.
Segundo: ¿quieres trabajar? Pues trabaja. Así que no me vengas con que quieres vacaciones y salir temprano los viernes. Yo te contrato si estás dispuesto a trabajar quince horas, y los sábados y los domingos, y no ir a la playa ni de parranda por trabajar. Trabajar para ti, no para mí. Yo no puedo hacerte experto en nada; solo tú puedes, y con la ayuda de un solo maestro: tiempo. Métele horas y horas a lo que quieras hacer. Muchas horas. Miles de horas. Si no, no pasarás de mediocre y de allí, ni quien te saque. ¿Quieres sueldo de jefe? Pues regresa cuando lo seas.
Entre tanto, aprende que no hay tarea indigna. Si no estás dispuesto a barrer, trapear, sacar copias, desvelarte, clavar, atornillar, pintar, ir al centro y comer mal; lamento mucho decirte que no solo no tienes madera de jefe. No tienes madera ni de empleado. No tienes madera de nada más que de farol.
Si crees que emprendiendo en vez de contratarte te ahorras las jornadas largas y la mala paga, te tengo una pésima noticia. Emprender es muchísimo más difícil que trabajar. Ambos caminos son válidos y valiosos, pero en ambos la subida está llena de jóvenes flojos, creativos que no crean nada, networkers que no venden y emprendedores sin clientes, que viven con sus papás.
Tercero: ¡felicidades, eres licenciado, como los otros seis millones que salen cada año de las universidades de México y el mundo! Si hubo un tiempo en que el papel te garantizaba el trabajo, no lo sé. Tienes que seguir aprendiendo y estamos en la mejor era de la historia para poder hacerlo. ¡Lee, mentecato! Hay millones de libros sobre todo lo que quieras. Cursos en línea gratuitos, audiolibros de cualquier tema. Si dejas de aprender hoy, dejas de crecer hoy. Y ahí tenemos a los cuarentones chavorrucos que siguen de parranda y en casa de mamá. Vas que vuelas.
Estoy dispuesto a que seas un inútil hoy, si quieres aprender y partirte el lomo. Pero que presumas tu inutilidad como si fuera una virtud… de ninguna manera.
Porque allí te veo, en tu octavo semestre de carrera, echado en la clase, disperso, distraído, pensando en el gym y en el finde, metido en Instagram. Planeando el negocillo que ¡pum! te hará millonario. Cómo no. No tienes trabajo, pues “estás dedicado al estudio”. Qué responsable. Ojalá tus papás te la crean, porque yo no.
Obviamente hay excepciones. Conozco y he trabajado con jóvenes millenials y generación Z que sí traen la película correcta. Para los que no: esta es una llamada de atención.
Sal de tu burbuja, pártete el hocico; no trabajes para ganar dinero, sino para aprender. El aprendizaje te dará las herramientas para que puedas crecer, conectarte más y crear un producto o servicio único que te defina; que reúna tu pasión y tu talento y aporte valor a tus clientes o empleadores. Y entonces serás jefe, serás rico, serás lo que quieras.
Pero entre tanto, no me vengas a pedir vacaciones. No te las has ganado.
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La semana pasada escribí la primera parte de este artículo; quizás lo hayas leído. Era un artículo fuerte y agresivo. La respuesta fue impresionante. Miles me escribieron para decirme que estaban encantados y agradecidos; otros tantos para informarme lo que no les pareció. Algunos pocos para ofenderme abiertamente.
Pero tú estás aquí, leyendo esto. Es una gran noticia, porque significa que alguna cosa te llamó la atención. Quizás alguna frase hiriente te hizo despertar o algún consejo te pareció útil, y quieres leer un poco más sobre cómo mejorar. El hecho de que sigas aquí es una buena señal: muchos dejaron de leer cuando mencioné las 15 horas de trabajo, o puse en peligro sus vacaciones. No te preocupes, ellos hallarán su propia forma de encontrar propósito. Yo no soy la vía adecuada para ellos.
Si sigues aquí es porque decidiste mirar por encima de mis palabras agresivas. Te hice pasar un mal rato, pero seguiste leyendo. Es decir: superaste un obstáculo. No lo atacaste, no te quejaste, no renunciaste. Levantaste la cara y proseguiste. Bienvenido al otro lado del orgullo.
Aunque el artículo es aplicable a personas de diversas generaciones, he dirigido el artículo específicamente a millennials por una sola razón: yo soy millennial, y lo que escribo lo escribo desde mi experiencia. En realidad casi todo lo que describo en la persona del millennial no es más que la descripción de mí mismo. YO SOY EL MILLENNAL DEL QUE HABLO, o por lo menos lo fui, y espero que mi experiencia te sirva a ti, joven o no tan joven que estás buscando trabajo, atorado en un trabajo sin futuro o a punto de emprender.
Y lo escribo por una sola razón: me hubiera encantado que esto me lo dijera alguien cuando tenía 18, o 22 o 26 años. Perdí muchos años de mi vida siendo el pazguato que describo en el otro artículo. ¡A cuántas entrevistas de empleo fui mal preparado, a exigir condiciones y no dispuesto a aprender! Cuando no me dieron el puesto culpé al patrón, a la empresa, a la crisis o al gobierno o a quien fuera. Nunca a mí mismo.
En otras ocasiones perdí mi empleo por no comprometerme a fondo. Era más o menos puntual, pero me pasaba los días preocupado por el fin de semana o el siguiente viaje. Todo era un juego. Pensaba que por el solo hecho de cumplir mis horas tenía derecho a mi sueldo; y por el puro paso del tiempo me haría acreedor a aumentos y promociones. No podía estar más equivocado. Por años malgasté mi tiempo, mi dinero y mi talento sin comprometerme de lleno con un proyecto, ni conmigo mismo.
Pero sobre todo, malgasté la paciencia de quienes me dieron oportunidades. De todos aquellos que me concedieron entrevista, o los que me contrataron. Les fallé tanto que apenas tengo cara para verlos. Fue muchísimo más tarde y gracias a la paciencia de personas que me aprecian y a las palabras hirientes –sí, muy hirientes y necesarias- de otros que me quieren aún más que pude encontrar mi vocación, un trabajo estable y emprender mi propio negocio.
Y ha sido un viaje genial, que sigue en proceso. Pero sigo pensando que si alguien me hubiera despertado antes, no hubiera perdido tanto, ni abusado de tantos, como hice por años. Si en el artículo se lee rabia, es porque la hay, contra mí mismo.
Ahora trabajo con jóvenes de preparatoria y universidad. Y cuando les veo perdidos en clase, o buscando trabajo o tratando de emprender, pero sin querer comprometerse ni con una cosa ni con otra, les quiero gritar –te quiero gritar a ti- ¡DESPIERTA!
Despierta. Tienes muchos talentos, pero no te dejes definir por la etiqueta que le han puesto a tu generación. Tú eres tú. El mundo necesita y tiene espacio –y negocio- para lo que eres y lo que haces.
Pero para alcanzar éxito en cualquier empleo o empresa, la regla de siempre sigue siendo válida. Tienes que comprometerte y dedicarle mucho tiempo y muchas horas a construir tu propia historia.
Despierta. Es verdad que los millennials o la generación Z queremos jugar con nuestras propias reglas, ser dueños de nuestro tiempo y nuestro destino. Tenemos las herramientas tecnológicas y el entorno para hacerlo. Los grandes millonarios de nuestra era –los fundadores de Facebook, Google, Airbnb, Uber, etcétera- son millennials que se atrevieron a romper moldes. Pero te garantizo que todos ellos dedicaron mucho más de 15 horas y se jugaron todo lo que tenían para transformar su creatividad y su visión en un modelo exitoso.
Por eso, mi recomendación es ésta. Los baby boomers aprendieron a entregar su vida a empresas que después les protegían; confiaron en un sistema de pensiones que funcionaba. La mayoría de nosotros no tenemos esa opción. Nosotros tenemos que plantear nuestra propia vida como la más grande empresa: meterle creatividad, estrategia, inteligencia y mucho mucho esfuerzo.
Si vas a trabajar para alguien, entonces entiende que tu principal sueldo será la experiencia. Sé un trabajador modelo. Arriésgate y da más de lo que te piden. Invierte en tu propio crecimiento y nunca dejes de aprender, estudiar e intentar. Reinvéntate. No importa que te equivoques. Levántate muchas veces, pero mantén fija la vista en tu objetivo: descubrir tu pasión, desarrollar tu talento y apostar por cosas grandes.
A fin de cuentas, el tema no es cuánto te exige tu jefe, o cuánto te exige el mundo. LA MEDIDA DE LA GRANDEZA ES CUÁNTO TE EXIGES A TI MISMO. Muhammad Ali decía: el dolor es pasajero, pero la victoria es eterna. Vive hoy como pocos quieren; después vivirás como pocos pueden.
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FRANCISCO GARCÍA PIMENTEL, abogado, escritor y conferencista
Cuenta de Twitter: @franciscogpr