Nunca antes los niños habían estado sometidos a tanta presión. Con agendas repletas de actividades extraescolares, deberes para casa desde muy pequeños... a los críos apenas les queda tiempo para jugar. Y cuando lo hacen, están sometidos al control de los adultos. Toda esta presión y competitividad a la que se ven sometidos, ¿acaso no les resta tiempo para ser... niños? En la sociedad actual globalizada algo está cambiando: hiperactividad infantil, déficits de atención, trastornos de la conducta alimentaria, depresión infantil, obesidad... ¿Qué les pasa a los niños de hoy?
¿Cómo se sienten?
Tal y como explica Carl Honoré en su libro Bajo presión (2008), nunca antes los niños habían estado sometidos a tanta presión: después del colegio, las agendas están repletas de deberes y actividades extraescolares y a los menores apenas les queda tiempo para jugar. Cada vez a más temprana edad los niños llevan tarea para casa, y no cabe duda de que el poder hacerlos les ayuda a ser más responsables, pero necesitan también algo de tiempo para poder hacer cosas sin mirar el reloj. No olvidemos que jugar es fundamental para su desarrollo y bienestar. Además, la combinación de “deberes” con un poco de “ocio” posiblemente les ayude a sentirse mejor y puedan afrontar los quehaceres con más optimismo.
Sin duda la infancia de los niños de hoy es muy diferente a la que tuvieron sus padres: mientras que los primeros están sometidos a una continua vigilancia por parte de los adultos (ir a comprar el pan a la tienda de la esquina o jugar solos en los columpios parecen actividades demasiado peligrosas), sus progenitores pudieron jugar sin supervisión en la calle durante horas y horas. Sin embargo, la realidad es que la sociedad actual parece más peligrosa: numerosas noticias sobre secuestros de menores o pederastas desatan la necesidad de un control continuo.
¿Cuáles son los problemas de los padres?
Pero, ¿qué más cosas han cambiado respecto a generaciones anteriores? Hoy en día, vivimos en una sociedad global y tremendamente competitiva, y no sólo en lo que a lo laboral se refiere, sino también en cuanto a la propia tarea de ser padres: revistas especializadas, libros, cursillos... Toda esta información puede ayudar a los padres ante un trabajo tan difícil, pero puede también tener el efecto contrario: hacer que se sientan más inseguros, que confíen menos en sus propios recursos, que sientan que necesitan una figura de “autoridad” con conocimientos en la materia para poder llevar a cabo la tarea de ser padres.
Sin duda el ritmo de la sociedad actual les resta tiempo para que puedan estar con sus hijos: las jornadas laborales son cada vez más largas y la conciliación con la vida familiar es complicada. Jornadas maratónicas también para los niños, pues después del colegio vienen las actividades extraescolares, que sin duda juegan un papel importante en la sociedad actual. En realidad, no son “perjudiciales” en sí mismas: son sin duda un buen apoyo para padres que pasan muchas horas en el trabajo y, en parte, sirven para que los niños disfruten haciendo algo diferente. El problema viene cuando las agendas de los pequeños están tan repletas de obligaciones que apenas les queda tiempo libre para jugar o ir al parque, hasta el punto en que los adultos tienen que organizar sus propias agenda en función del horario de los hijos.
En definitiva, al final del día queda poco tiempo para que los progenitores puedan sentarse con los críos y hablar de cómo les ha ido el día, de cómo están y de cómo se sienten. ¿Qué pasa entonces con el vínculo entre padres e hijos? ¿Dónde queda el mero placer de pasar un rato juntos sin ningún objetivo más que ese, pasar el rato? Tal y como Daniel Siegel y Mary Hartzell afirmaban en su libro Ser Padres Conscientes (2005), “cuando estamos demasiado ocupados haciendo cosas para nuestros hijos, nos olvidamos de que lo más importante es, sencillamente, estar con ellos”.
Y pese a las dificultades, los padres pueden hacer mucho…
Sin duda, los que son padres saben que tratar de buscar el equilibrio entre unas cosas y otras no es nada fácil pero sería importante pararnos a pensar, a reflexionar sobre la relación que tenemos con nuestros hijos, hacernos preguntas sobre cómo estamos haciendo las cosas: “¿realmente es esta actividad tan importante? ¿Acaso no preferiría estar un rato tranquilamente con mi hijo… sin los deberes desplegados sobre la mesa? ¿Cuándo fue la última vez que jugamos juntos?”
Nuestros hijos nos necesitan y nosotros a ellos. Pensemos más en cómo disfrutar estando juntos, pensemos en cuáles son las verdaderas prioridades, imaginemos como adultos cómo nos sentiríamos si tuviéramos a alguien que cada día se preocupa e interesa sobre cómo estamos, qué tal hemos pasado el día, qué nos gusta o necesitamos más… Sin duda nos haría sentir queridos, cuidados, apreciados, felices…
Y aunque poder pararnos a pensar sobre todo esto sea un gran reto, tiene grandes recompensas para todos. Como dijo Oscar Wilde, “el mejor medio para hacer buenos a los niños, es hacerlos felices”.