viernes, 27 de enero de 2017

ASTRID LINDGREN TENÍA RAZÓN...

Astrid Lindgren fue una persona fascinante. Resulta que no solo fue escritora de cuentos de hadas sino también una luchadora por la justicia. No temía hablar, y la escuchaban. En los 70 el castigo físico de los niños era parte de la crianza. Sin embargo, Astrid creía profundamente en el daño que causaban en la formación de una persona sana.
En 1978, cuando le entregaron el “Premio Nobel de la Paz” en Alemania, dio un discurso que le dio la vuelta al mundo. Con unas palabras sencillas dijo que las raíces de la agresión que invade nuestro mundo están en el comienzo de nuestra vida: en la infancia. Y el niño que recibe la primera lección de violencia de sus padres, cree que solo con este remedio se pueden resolver todos los problemas.

El mismo tiempo que ha vivido la humanidad en este planeta, ha llevado guerras y se ha peleado. Nuestro mundo frágil siempre está en peligro. ¿No será la hora de preguntarnos si nosotros mismos hacemos algo a diario que nos conduce a conflictos? ¿Cómo podemos mejorar u olvidarnos de la agresión constante?
Creo que debemos empezar desde el principio, ¡desde los niños! Ellos son los que próximamente gobernarán este planeta, ellos tendrán que decidir si continuar con la violencia o vivir en paz y alegría.
Recuerdo lo impactada que me sentí cuando me di cuenta: nos gobiernan personas comunes y corrientes que no tienen el don de la providencia divina ni sabiduría extraordinaria. Son como nosotros, con sus debilidades y pasiones, pero tienen poder. ¿Por qué estas personas toman decisiones tan malas? ¿Acaso es porque son malas debido a su naturaleza?
No lo creo. Los niños no nacen ni buenos ni malos. Entonces ¿qué es lo que determina si será abierto y bondadoso o un lobo solitario cruel y amargo? Somos nosotros, sus padres, las personas que deben enseñarle al niño qué es el amor. O, sin quererlo, enseñarle todo lo contrario.
Un día me encontré a la esposa del cura, quien me contó que cuando era joven y dio a luz a su primer hijo, no creía en los castigos físicos a pesar de que azotar a los niños en aquel tiempo era una práctica común.
Sin embargo, cuando su hijo tenía 4 o 5 años, hizo tal travesura, que ella decidió, a pesar de todos sus principios, azotarlo: por primera vez en su vida. Le dijo al hijo que fuera al patio y buscara un palo para este fin.
El niño se tardó en regresar, y cuando volvió, tenía su rostro mojado en lágrimas. Dijo: “Mamá, no encontré ninguna vara, pero encontré una piedra que me puedes lanzar“.
En ese momento la madre comprendió de golpe cómo lucía la situación desde el punto de vista del niño: si mi mamá quiere lastimarme, no importa cómo lo haga, con el mismo éxito puede hacerlo con una piedra.
La madre sentó al hijo en su regazo y lloraron juntos. Puso la piedra en un estante en la cocina como recordatorio de que la violencia no es la solución.
Tal vez te preguntes: ¿entonces si dejamos de castigar a los niños físicamente, criaremos una nueva especie de Homo Sapiens, todos se volverán bondadosos al instante y las guerras terminarán? Por supuesto que no. Solo los escritores infantiles pueden creer en este tipo de utopia. Este pobre mundo necesita un montón de reformas y cambios.
Pero nuestros hijos ven la televisión, ven cuánta agresión hay en el mundo y, tal vez, crean que es la única manera de resolver todos los problemas. Y ahora mismo, en nuestro hogar, podemos enseñarles que existe otro camino. Y es lo que podemos hacer por el mundo.
A ninguno de nosotros nos vendría mal una piedra en un estante de la cocina para recordar: ”¡No a la violencia!”

Este discurso de Astrid Lindgren inició en Suecia y Alemania fuertes discusiones acerca de los castigos físicos. En 1979 Suecia se convirtió en el primer país del mundo en prohibir completamente los castigos físicos de los niños tanto en la escuela como en casa.

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