Antes que salieran canales como Cartoon Network, Nickelodeon o Disney Channel, entre otros, los chicos de hace treinta años atrás y más, dependíamos de la franja infantil de los pocos canales de televisión existentes en Panamá. Con una duración de dos horas como máximo los días de semana y la mañana de los sábados, las televisoras se convertían en un oasis de diversión para los niños.
Las ‘cómicas' venían de todas partes del mundo, pero eran Japón y Estados Unidos los que se llevaban gran parte de la parrilla. Así, nombres extranjeros se abrían hueco en nuestro lenguaje, Hanna-Barbera, Walt Disney o Warner Brothers, se convertían en sinónimos de alguna serie animada o de diversión.
Para finales de la década de los setenta, comenzaron a desfilar por la televisoras locales una gran cantidad de animaciones provenientes de Japón, que se mezclaban con productos de otros países, cuyas temáticas lograban que una mayor cantidad de niños las viesen, hablaran de ellas y jugaran imitando a sus personajes principales. Además, la variedad de las fábulas que trataban permitía que tanto los más pequeños así como los jóvenes tuviesen una fuente de entretenimiento. Muchos éramos fanáticos de Los Picapiedras, Scooby Doo o Los Superamigos, series que se caracterizaban por tener capítulos auto concluyentes, donde en treinta minutos se solucionaban los problemas que habían planteado al inicio; esto era una ventaja para las televisoras ya que podían presentarlos sin orden ni secuencia facilitando el trabajo al programador. También, había series cuya fábula se extendía a la totalidad de los capítulos, se nos contaba en trece, veintiséis o más episodios, entonces los miles de espectadores quedábamos a merced de los canales y cuán ordenados tuviesen sus casetes de vídeo. No sé como serían los contratos de transmisión de la época, pero entre los capítulos repetidos, la transmisión de la misma serie en otros canales y el reinicio de alguna justo después de presentar el último capítulo, no había forma de perderse las que más nos gustaban.
Hubo incluso series que atraparon a chicos y grandes por igual, Heidi (1974) estrenada en 1978 por RPC, los miércoles a las 7:30 de la noche contaban con una gran audiencia que incentivó al canal a continuar con otra animación a la misma hora en 1979, Candy Candy (1976), un cómic para chicas que convertido en animación fue lo más parecido a las novelas venezolanas de la época.
Las tardes nos mantenían pegados a la TV. La variedad de fábulas, independientemente del sector etario al que iban dirigidas llenaba de color y aventuras unas cuantas horas del día. A finales de los años setenta disfrutamos de algunos robots en nuestras pantallas, El hombre de acero (Tetsujin 28-go, 1963) dirigido a control remoto o el autónomo Astroboy (1963) que fascinaban a los niños pero la revolución vino en 1980, con un nuevo tipo de robot que muchos recordarán a pesar de que ni siquiera podíamos leer su nombre escrito en la secuencia inicial. Narrada por una voz en off sobre un fondo de guitarra, las pocas palabras del locutor dejaban pegados a los niños a la pantalla por los próximos treinta minutos y decía así: ‘Kadishi international presenta...'
Fue Mazinger Z (1972) que llegó a RPC a las 3:30 de lunes a viernes, el primer robot gigante pilotado que veíamos y hacía volar nuestra imaginación, porque al igual que un auto o cualquier otra máquina, solo se requería práctica para dominarlo. Mazinger Z abrió la compuerta para lo que sería el ‘Festival de Robots' que presentó Telemetro en la década siguiente y que incluía las series El Galáctico (1978) que paradójicamente no era de robots; El Gladiador (1976), Super Magnetrón (1976) y El Vengador (1975). ZIV International creó este pastiche de cuatro series que probablemente fue basado en Force Five, un invento de Jim Terry que incluía cinco series creadas por Toei Animation y que en su paso por Estados Unidos cada serie era presentada un día específico de la semana, de lunes a viernes.
A pesar de que los robots gigantes estaban enmarcados en Japón dentro del shonen, género dirigido al público masculino adolescente, muchos de ellos tenían personajes femeninos que ayudaban al héroe a ganar las batallas, como es el caso de Afrodita A en Mazinger Z, o el Super Magnetrón que se formaba con la unión de un personaje femenino y otro masculino. Sin embargo, no todos los robots que veíamos tenían que luchar contra adversarios para salvar al planeta de dictadores o invasiones extraterrestres, los había más humildes, como El Gato Cósmico (Doraemon, 1979) que trataba de ayudar a Nobita a tener un mejor porvenir, para que sus descendientes tuviesen una vida mejor. El humor tonto, las situaciones inverosímiles y las penurias en que se metía Nobita por el mal uso de los artilugios que Doraemon sacaba de su ‘bolsillo de la cuarta dimensión' eran la delicia de los espectadores.
También veíamos otro tipo de series, como Fábulas del bosque (1973) con su comunidad de animales antropomórficos; las desdichas de un niño que va en busca de su madre en Marco, de los Apeninos a los Andes (1976), las aventuras de chicas adolescentes que deben pelear contra el mal en Sailor Moon (1992) o las aventuras de un samurái que ha decidido dejar las armas en Samurai X (1996).
Para las décadas de los ochenta y noventa llegó a las televisiones nacionales el desfile de una gran cantidad de animaciones, la lucha por la pantalla infantil era fuerte y los chicos debían escoger qué series querían ver.
Fueron RPC y Telemetro los que en esta contienda asestaron la mayor cantidad de golpes con series nuevas, que después de algunos años aparecerían en canales emergentes.
Entrados los noventa, con la televisión por cable y canales temáticos, la oferta de series en los canales nacionales disminuyó y el horario infantil fue relegado a un mínimo de pantalla.
Los años dorados del anime en los canales locales quedaron como un recuerdo para las generaciones que se divirtieron con ellos en las décadas finales del siglo XX en Panamá.
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